miércoles, 17 de febrero de 2010

Me da pesar Bogotá

Me da pesar Bogotá. Aunque no soy bogotana, he vivido aquí casi 10 años, y esta ciudad se convirtió en mi lugar. Es el entorno donde respiro y al que aprendí a admirar después de decir mil veces que en esta locura no viviría jamás. Pero Bogotá en algún momento dejó de ser locura, y creo que por algunos momentos sus autómatas caminantes se detuvieron un poco y empezaron a mirarla por fin. Era una Bogotá bonita, de ciclorrutas y carros parados detrás de la cebra.

Pero de eso, como dicen, ya no queda nada. Huecos, ira, trancones eternos, desvíos, pitos, gente que camina sin mirar, insultos, carros que se cierran, agresión. Cintas y cintas amarillas a lo largo de las calles, que indican que Bogotá está en construcción. No. Bogotá está en destrucción. Se destruye con cada excavación sin presupuesto que se hace. Se devuelve en el tiempo con cada retraso de cada una de sus obras. Va perdiendo su cultura y su identidad, al mismo ritmo que crece su histeria.

Esta mañana volví al aeropuerto, la entrada a la ciudad y por supuesto al país. Un laberinto de desvíos y de calles rotas, para finalmente llegar a un terminal en el que intentar cruzar por la cebra con una maleta puede convertirse en un acto suicida. Todo está roto, todo está sucio, todo está desordenado. Me fui con la sensación de haber retrocedido en el tiempo y en la civilidad y en la belleza.

Y me dio un pesar inmenso ver esta ciudad en semejantes ruinas.