lunes, 21 de febrero de 2011

¡Qué vergüenza!

No conozco al abogado Ramón Ballesteros. No sé de su trayectoria más allá de que se hizo un nombre como abogado reconocido en Santander, que sonó para Alcalde y Gobernador y que tuvo a su cargo la defensa de Yidis Medina. Pero la imagen del pasado 15 de febrero, donde ante la mirada atónita de los magistrados de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia fue capturado en plena audiencia, me hizo sentir mucha vergüenza. No solo por él, sino por la profesión.

En un hecho que no tiene antecedentes en la justicia en el país, Ballesteros, quien adelantaba la defensa de Luis Alberto Gil en el proceso que se le sigue por sus presuntos nexos con paramilitares, pasó de ser defensor a acusado. En medio de la audiencia, el ex paramilitar David Hernández López, alias Diego Rivera, mostró un video donde Ballesteros le ofrecía 100.000 dólares, a cambio de modificar su declaración contra Gil. El video, que fue grabado por la DEA en Nueva York, dio vía libre para que cinco policías con sus chaquetas amarillas entraran a esposar a Ballesteros, ante la mirada incrédula de todos los asistentes al máximo recinto de la justicia. Días después, Ballesteros aceptó cargos por soborno.

¿En qué momento un abogado pasa de ser el defensor de los derechos de su apoderado a ocupar el lugar de acusado de un delito? No digo que esté mal que se defienda a personas señaladas como autoras de crímenes, porque, guste o no, hasta el más criminal de los criminales tiene derecho a una defensa justa. Lo que cuestiona es en qué momento un abogado deja de lado la dignidad de la profesión y se presta para ser parte de juegos non sanctos.

Estoy segura de que todos los que acudimos a un aula de Derecho lo hicimos con la convicción de poner las leyes al servicio de la comunidad, de ejercer la profesión de una manera limpia y destacada, pero infortunadamente, hechos como los ocurridos esta semana hacen que la profesión de abogado sea hoy, tristemente, una de la más desprestigiadas.

¿Qué falta? ¿Enseñar ética? ¿O la corrupción es un problema que se metió en el ADN de la sociedad colombiana y no hay remedio para ello? No es posible que un país con juristas con calidades excepcionales y destacadas en el entorno mundial asista a un espectáculo como este.

Ahí es cuando uno como abogado solo puede decir: ¡qué vergüenza!

domingo, 6 de febrero de 2011

¡Bajémosle al feminismo!

Publicado el 6 de febrero en vanguardia http://www.vanguardia.com/opinion/columnistas/91584-bajemosle-al-feminismo

No hay duda. Las mujeres le debemos al feminismo estar donde estamos: igualdad de oportunidades, independencia económica, reconocimiento profesional
y respeto intelectual. Pero a veces pienso que tanta lucha por ser reconocidas en el mismo nivel de los hombres terminó por anular el valor de lo femenino. Si usted es una profesional exitosa y se atreve a decir que quiere ser madre, por ejemplo, o que le gustaría cuidar de su familia, las cabezas a su lado girarán,
las palabras se silenciarán, el sorbo de café se atascará y vendrá un: ¡pero si usted tiene todo un futuro por delante!
¿En qué momento ser mamá, esposa o ama de casa se convirtió en el significado de mujer frustrada? Creo que al feminismo le faltó incluir en su discurso que, además de ser respetadas como personas con las mismas capacidades de los hombres, debemos serlo, precisamente, por lo que nos hace mujeres: la capacidad de engendrar, la capacidad de cuidar, la capacidad de construir una familia.
¿El resultado? Una lucha constante por equilibrar a la mujer, a la profesional y a la mamá y no morir en el intento. Pasar la noche en blanco tratando de dormir al pequeño tirano que llora desde las 2 a.m., y hacerlo sola, si se decidió que no se necesita un hombre para tener una familia, o sencillamente el irresponsable huyó. Levantarse como zombi, ajustar el informe para presentar a la junta, manejar peor que taxista bogotano para llegar a tiempo, maquillarse
en el carro, atender reuniones perfectamente peinada, trabajar sin parar, tratar de salir lo más temprano posible a recibir los hijos, revisar las tareas y estar lista para empezar de nuevo.
Y si la junta va hasta tarde, buscar entre los abuelos, los tíos y los vecinos quién pueda hacerse cargo de los niños. La mujer asumió todas las responsabilidades del hombre, pero no le delegó ninguna. Nadie aplaude la proeza de una profesionalmamá- esposa. Nadie llama a felicitar por lo bien que se lleva un hogar. Es en esos momentos, cuando siento que odio el feminismo, que odio no poder quedarme en casa junto a mi hijo, no poder despedir a un esposo en la puerta, no poder reconocer abiertamente que, a veces, me siento más realizada arrullando a mi bebé que hablando con un ministro. Es hora de reivindicar el papel de las mujeres que se decidieron a ser mamás y a construir familia.
Abogada y Periodista. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar