lunes, 23 de mayo de 2011

¿A quién no lo enamora la plata?

Casi susurrando y en tono lastimero, Yovanna Guzmán, la que fuera por ocho años amante de Wilber Varela, alias “Jabón”, justifica una y otra vez ante diferentes medios por qué una mujer como ella, despampanante y con una carrera promisoria en el modelaje, terminó convertida en la mujer de un narcotraficante.

Ante el lanzamiento de su libro La bella y el narco, donde da testimonio de la pesadilla que es vivir bajo el yugo de un traqueto, la exmodelo responde en cada rueda de prensa la misma pregunta de la misma manera: ¿pero es que a quién no lo enamora la plata?

“Todos sabemos que él no era muy bonito. Me descrestaba, me trataba como a una princesa y me complacía en todo lo que pedía. Pero era un insensible. La falta de afecto en la niñez hace que uno se apegue a esas cosas. Además, ¿cómo los diamantes no lo van a descrestar a uno?”, afirmó a la revista Semana.

No, señora Yovanna, no todas las mujeres nos vendemos por diamantes, o nos descresta la plata, o nos enamoramos porque nos traten como princesas aunque nos tengan en jaulas de oro.

Mal haría yo en levantar una voz moralista y censurar lo que esta modelo decidió hacer con su vida. Que cada cual haga con su cuerpo lo que a bien tenga. Pero lo que me hace escribir esta columna es reivindicar la condición de mujer.

Que no me venga nadie a decir a estas alturas que la mujer es un ser frágil y desprotegido, que solo sabe que su pareja la trata como una princesita, pero no tiene la más mínima sospecha de que los carros, las joyas y los yates de un amante que ni siquiera terminó el bachillerato, pero en seis años amasó una fortuna, pueden tener un origen ilícito.

No, señora Yovanna. Las mujeres no somos entes voluptuosos que confundimos amor con billetera, y que, por ingenuas, terminamos en la cama de demonios que siempre vimos como ángeles.

Las mujeres hace rato dejamos de ser la decoración que le falta a la sala. Somos seres pensantes y actuantes, que reclamamos cada día nuestro protagonismo en esta sociedad.

Otra cosa es que algunas decidan, por conveniencia, y no por ingenuidad, que su lugar en la sociedad es ser la mujer de un narco.

viernes, 1 de abril de 2011

¿Me permite el bolsito, por favor?

No sé en qué momento de la historia del país todos nos volvimos sospechosos de ser delincuentes. No sé cuál fue ese instante de la evolución económica-jurídica-sociológica nacional en que la presunción de inocencia, consagrada en el artículo 29 de la Constitución, se volvió presunción de culpabilidad: “toda persona se presume ladrona, hasta que demuestre lo contrario”.

O por lo menos esa es la máxima constitucional invertida que aplican muchos porteros de centros comerciales, supermercados, almacenes y edificios públicos, que detienen al visitante de turno para exigirle a la salida la prueba de que no se ha robado nada.

Con un sutil “¿me permite el bolsito, por favor’” o “¿me muestra la facturita, es tan amable?”, el cancerbero de turno disfraza con palabras corteses lo que realmente quiere decir: “¿me abre la cartera, para requisarla y confirmar que no se ha robado nada?” o “¿me muestra que sí pagó por lo que lleva en esas bolsas, no vaya a ser que haya echado algo sin pagar?”. Y todos, como autómatas, abrimos la cartera y demostramos que sí pagamos, y bien caro, por lo que compramos.

Estamos tan acostumbrados a que se roben las cosas, que nos parece lógico, y no nos ofende, que nos exijan demostrar que no somos parte de esa gigantesca banda criminal.

Tan patética y común se ha vuelto esta práctica probatoria, que ahora no basta con mostrar la factura de la inocencia, sino que esta debe recibir el visto bueno del vigilante-fiscal. ¿Se han fijado que en supermercados como Carrefour o Éxito nadie puede salir con sus paquetes si el portero no estampa su visto bueno en la factura? El vigilante exige el documento, lo mira de arriba abajo y se detiene en el total pagado. Luego inspecciona visualmente sus paquetes y en una operación físico-matemática récord concluye que el volumen de lo que usted lleva corresponde al total pagado. Su inocencia queda demostrada y puede seguir disfrutando de su libertad.

Nadie duda que el robo de productos en tiendas ocupa una casilla importante en el estado de pérdidas, pero deberían establecerse otro tipo de mecanismos para evitar estas conductas. Al menos alguno que no presuma que todo el que entra a una tienda, es porque quiere encaletarse algo.

martes, 8 de marzo de 2011

Moral Lechuza

Antes de que me ataquen los defensores de animales, debo dejar en claro que comparto el sentimiento generalizado de que la patada que el jugador del Pereira Luis Moreno le propinó a la lechuza en el Estado Metropolitano de Barranquilla, y que terminó en su muerte, fue un acto deplorable. Pero más deplorable que eso, creo yo, es la subversión de los valores que sufre este país, que quedó en evidencia con este hecho.

La lechuza abriendo todos los noticieros; la lechuza bajo las cámaras, debatiéndose entre la vida y la muerte; la lechuza mostrada una y otra vez sobrevolando la casa del Júnior. Las pancartas en la Plaza de Bolívar de Bogotá, exigiendo la expulsión del verdugo. Los taxistas indignados, la declaración de persona no grata de los pereiranos a su jugador y hasta una solicitud de expulsión del futbol colombiano a tan despiadado asesino. Las redes sociales reventaron de indignación.

Pero ese mismo día, solo un par de horas después, hinchas del Santa Fe apuñalearon a Carlos Eduardo Pulido, de 17 años, porque portaba una gorra y una camiseta de Millonarios. El joven murió. Una familia se destrozó. Y a nadie le importó. No hubo ninguna pancarta. Nadie protestó. Las redes sociales no lo comentaron y la noticia se perdió entre las otras. No fue más que uno de los tantos hinchas asesinados de domingo en cuando.

¿Tan torcida está ya la lógica de nuestros valores, que todo un país se indigna por la muerte de una lechuza, pero ni un ápice le importa la muerte de un menor apuñaleado?

Hace un poco más de un año el jugador del Júnior Javier Flórez mató a un hincha que le increpó por la pérdida de su equipo. Con cuatro balazos, el jugador, hoy en libertad condicional, acalló los insultos del indignado hincha. Y también viene a mi mente El Tigre Castillo, que atropelló y mató a dos hermanas, totalmente borracho, y hoy juega en el Independiente de Avellaneda, en Argentina.

No me acuerdo de ninguna pancarta ni de ningún repudio nacional, ni de que hayan declarado persona no grata a ninguno de los agresores. Ni siquiera de una solicitud de expulsión del club.

Esa es la inversión de los valores que enferma a una sociedad, para la que la muerte de sus otros se volvió paisaje.

lunes, 21 de febrero de 2011

¡Qué vergüenza!

No conozco al abogado Ramón Ballesteros. No sé de su trayectoria más allá de que se hizo un nombre como abogado reconocido en Santander, que sonó para Alcalde y Gobernador y que tuvo a su cargo la defensa de Yidis Medina. Pero la imagen del pasado 15 de febrero, donde ante la mirada atónita de los magistrados de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia fue capturado en plena audiencia, me hizo sentir mucha vergüenza. No solo por él, sino por la profesión.

En un hecho que no tiene antecedentes en la justicia en el país, Ballesteros, quien adelantaba la defensa de Luis Alberto Gil en el proceso que se le sigue por sus presuntos nexos con paramilitares, pasó de ser defensor a acusado. En medio de la audiencia, el ex paramilitar David Hernández López, alias Diego Rivera, mostró un video donde Ballesteros le ofrecía 100.000 dólares, a cambio de modificar su declaración contra Gil. El video, que fue grabado por la DEA en Nueva York, dio vía libre para que cinco policías con sus chaquetas amarillas entraran a esposar a Ballesteros, ante la mirada incrédula de todos los asistentes al máximo recinto de la justicia. Días después, Ballesteros aceptó cargos por soborno.

¿En qué momento un abogado pasa de ser el defensor de los derechos de su apoderado a ocupar el lugar de acusado de un delito? No digo que esté mal que se defienda a personas señaladas como autoras de crímenes, porque, guste o no, hasta el más criminal de los criminales tiene derecho a una defensa justa. Lo que cuestiona es en qué momento un abogado deja de lado la dignidad de la profesión y se presta para ser parte de juegos non sanctos.

Estoy segura de que todos los que acudimos a un aula de Derecho lo hicimos con la convicción de poner las leyes al servicio de la comunidad, de ejercer la profesión de una manera limpia y destacada, pero infortunadamente, hechos como los ocurridos esta semana hacen que la profesión de abogado sea hoy, tristemente, una de la más desprestigiadas.

¿Qué falta? ¿Enseñar ética? ¿O la corrupción es un problema que se metió en el ADN de la sociedad colombiana y no hay remedio para ello? No es posible que un país con juristas con calidades excepcionales y destacadas en el entorno mundial asista a un espectáculo como este.

Ahí es cuando uno como abogado solo puede decir: ¡qué vergüenza!

domingo, 6 de febrero de 2011

¡Bajémosle al feminismo!

Publicado el 6 de febrero en vanguardia http://www.vanguardia.com/opinion/columnistas/91584-bajemosle-al-feminismo

No hay duda. Las mujeres le debemos al feminismo estar donde estamos: igualdad de oportunidades, independencia económica, reconocimiento profesional
y respeto intelectual. Pero a veces pienso que tanta lucha por ser reconocidas en el mismo nivel de los hombres terminó por anular el valor de lo femenino. Si usted es una profesional exitosa y se atreve a decir que quiere ser madre, por ejemplo, o que le gustaría cuidar de su familia, las cabezas a su lado girarán,
las palabras se silenciarán, el sorbo de café se atascará y vendrá un: ¡pero si usted tiene todo un futuro por delante!
¿En qué momento ser mamá, esposa o ama de casa se convirtió en el significado de mujer frustrada? Creo que al feminismo le faltó incluir en su discurso que, además de ser respetadas como personas con las mismas capacidades de los hombres, debemos serlo, precisamente, por lo que nos hace mujeres: la capacidad de engendrar, la capacidad de cuidar, la capacidad de construir una familia.
¿El resultado? Una lucha constante por equilibrar a la mujer, a la profesional y a la mamá y no morir en el intento. Pasar la noche en blanco tratando de dormir al pequeño tirano que llora desde las 2 a.m., y hacerlo sola, si se decidió que no se necesita un hombre para tener una familia, o sencillamente el irresponsable huyó. Levantarse como zombi, ajustar el informe para presentar a la junta, manejar peor que taxista bogotano para llegar a tiempo, maquillarse
en el carro, atender reuniones perfectamente peinada, trabajar sin parar, tratar de salir lo más temprano posible a recibir los hijos, revisar las tareas y estar lista para empezar de nuevo.
Y si la junta va hasta tarde, buscar entre los abuelos, los tíos y los vecinos quién pueda hacerse cargo de los niños. La mujer asumió todas las responsabilidades del hombre, pero no le delegó ninguna. Nadie aplaude la proeza de una profesionalmamá- esposa. Nadie llama a felicitar por lo bien que se lleva un hogar. Es en esos momentos, cuando siento que odio el feminismo, que odio no poder quedarme en casa junto a mi hijo, no poder despedir a un esposo en la puerta, no poder reconocer abiertamente que, a veces, me siento más realizada arrullando a mi bebé que hablando con un ministro. Es hora de reivindicar el papel de las mujeres que se decidieron a ser mamás y a construir familia.
Abogada y Periodista. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar