Recuerdo
mis primeros años en la Facultad de Derecho, cuando llenos de juventud, los que
asistíamos a las aulas soñábamos con ser grandes juristas. Era constante reiterar
en broma que llegaríamos a ser magistrados de la Corte Constitucional. O al menos
ese era mi sueño (antes de verme seducida por esta magia que es el Periodismo),
pues significaba entonces la mayor dignidad a la que podía aspirar un estudioso
del Derecho.
Pero
cuando uno ve que la silla de nuevo magistrado de la Corte Constitucional la ocupará
Alberto Rojas, un abogado cuestionado por presuntamente haberse quedado con el
dinero de una millonaria indemnización que fue pagada a su cliente y que
también “olvidó” incluir una abultada suma en su declaración de renta, entiende
que ya no queda nada de la dignidad de ser magistrado de esta alta Corte.
Cuando
se supone que ocupar tal magistratura significa el mayor reconocimiento a quien
por su amplio bagaje jurídico merece estar allí, asistimos a una posesión de magistrado
a puerta cerrada, que no duró más de cinco minutos, y en la que se prohibió la
asistencia de los medios de comunicación. ¡Qué tristeza!, como si se tratara de
algo oscuro y subrepticio.
Qué
lejos estamos de aquellas épocas donde los magistrados eran respetados y honorables
juristas, que solo estaban allí para impartir justicia, lejos de páginas
sociales y cocteles políticos, y mucho más de titulares de prensa que
cuestionaran su dignidad, como tristemente ocurre ahora con muchos.
Por
supuesto que hoy hay muchos que están allí por su conocimiento y por merecimiento,
pero la inclusión de magistrados-políticos, que poco a poco ha ido ocupando a
las Altas Cortes, hace que tal dignidad vaya cayendo en la escala del respeto.
Muchos
dicen que la última Corte que representó la verdadera dignidad de la magistratura
fue la que murió calcinada bajo las infames llamas de la toma del Palacio de
Justicia. Yo no lo creo tanto así, pues muchos maestros llegaron después a
ocupar la magistratura. Pero parece que ya quedan pocos de esta especie y que nos
acercamos a la extinción de la dignidad de ser magistrado de una Alta Corte de
Justicia.