jueves, 15 de octubre de 2009

¡Qué daño el que nos hizo el feminismo!



Creo que el feminismo fue un movimiento que nos fregó como mujeres. Y no soy una de esas criadas para buscar el marido que pague la peluquería o que sabe cuál es la mejor forma de sacar las manchas del tapete. No. No soy de las que viven en el pasado y exclaman aterradas ¡cómo han cambiado los tiempos! Al contrario. Creo que soy el ideal que buscó la liberación femenina: ocupo un cargo directivo, vivo sola, tengo un carro, una cama doble que solo comparto cuando quiero y bastantes millas en mi tarjeta de viajero frecuente. Y no tengo más de 35.

Hago presentaciones en power point, presido reuniones y de mi boca han salido palabras detestables como sinergía, benchmarking o apalancamiento. Pero además, me pinto las uñas, voy al gimnasio, me hago masajes para no perder la línea, uso minifalda y me tinturo el pelo. Porque para ser exitosa, no solo basta con tener un buen cargo ejecutivo. Es esencial pesar menos de 55 kilos.

Y a toda esta escenografía de libertades, independencia y triunfos profesionales, hay que agregarle una mamá que está esperando que le des un nieto, un montón de primas que comentan que ya te dejó el tren y varios compañeros de trabajo que repiten que por algo será que andas sola, “porque la vieja tiene que ser bien jodida”.

¿Qué carajos implica ser mujer hoy? Quienes rondamos los treinta, estamos perdidas en la respuesta. Si eres exitosa profesionalmente, los hombres se espantan, pues, aunque digan que no, el macho quiere seguir siendo macho, y no va a estar al lado de alguien que se lleve los aplausos. Si eres tan dueña de ti que te atreves a pedir lo que quieres, cuidado: hay que saber dónde está el justo medio entre la satisfacción de lo erótico y lo que para el otro es el comienzo de una prostituta solapada. Si pagas la cuenta, lo ofendes, si no la pagas, “tacaña”, ¿con toda esa plata y no invita? Si tienes un hijo, lástima, ¡tenías tanto futuro por delante..! Si no lo tienes, ¿qué esperas?, ¡al paso que vas tendrás un nieto!

El feminismo hubiera sido perfecto, si al habernos cargado en el hombro todas esas responsabilidades que antes eran del sexo masculino, hubiéramos podido descargar algunas consideradas propias de lo femenino.

El verdadero triunfo de las mujeres se hubiera dado si a la par de los gritos encolerizados de las féminas de igualdad e independencia, hubiéramos escuchado las gruesas voces barítonas reclamando el legítimo derecho a aprender a planchar. Si las calles se hubieran llenado de pancartas exigiendo el derecho a entrar a la cocina sin limitaciones, el acceso al conocimiento del uso de la olla a presión y la garantía constitucional de poder abandonar la junta directiva para asistir a la entrega de notas de los niños. Y qué decir de una reforma laboral donde se consagraran dos horas de permiso para que los papás pudieran ir a la casa, cambiar el pañal y alimentar el niño.

Pero no. Pedimos igualdad en el trabajo, en las responsabilidades económicas y en las obligaciones profesionales, pero nunca dejamos de lado el deber de ser mamá, de ser esposa, de cuidar la casa, y preparar el desayuno.

Confieso que me gustaría que las nalgas se rebosaran de mi pantalón sin que eso me importara. Que me encantaría saber cómo se prepara un guiso. Que un hombre me abriera la puerta y me corriera la silla. No tener que decir cosas inteligentes todo el tiempo. Ver mis pechos a reventar y amamantar a mi hijo. Ser simple. Hacer una familia y consentir a mi marido.

A veces, cuando en la mitad de una junta todos hablan y compiten por mostrar quién es el más brillante de la sala, me imagino como sería estar discutiendo con mis amigas con qué se quitan las manchas del tapete, cuál será el menú para la cena y cuál el mejor regalo de cumpleaños para mi marido. Antes de apurarnos, porque es hora de irnos para la peluquería.





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